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Día de la Madre: ¿mi día? No, el de ellas…

Para comenzar, me gustaría señalar que daría lo que fuera por dar marcha atrás en el tiempo, retroceder unos años, tomar algunas decisiones distintas, tomar más conciencia de mí misma y escuchar a mi cuerpo. Volvería a 2013 y concertaría una cita para esa mamografía.

Hoy sé que eso me habría cambiado la vida, me habría ahorrado el período más difícil de mi vida. El más difícil no solo para mí, sino también para mi marido, mis hijas, mis padres, mi hermana, mi hermano y mis mejores amigos, que me quieren y se preocupan tanto por mí. En la vida no siempre nos damos cuenta a tiempo de que tener autoestima y adquirir conciencia de nosotras mismas es algo que les debemos a las personas que nos quieren. Ellos nos importan, pero ¿sabes qué?   Que a ellos también les importamos nosotras, ¡nos quieren!

En mayo de 2015, durante este período, supe que mis hijas no sabían cómo tratar conmigo, cómo celebrar el Día de la Madre aquel año. Supongo que mi marido tampoco sabía qué aconsejarles al respecto, ya que en ese momento yo estaba inmersa en un protocolo muy intenso para luchar contra el cáncer de mama. Todo parecía tan importante y tan irrelevante al mismo tiempo. No sabía si llorar o reír…

Decidí ayudar a mis hijas, liberarlas de su preocupación por no darme la sorpresa adecuada.  La noche de antes, les dije que lo único que necesitaba en mi vida eran ellas, su amor y su apoyo.  Les dije: «vosotras ya sois lo más bonito de mi vida, mi razón para luchar y levantarme cada mañana. No necesito ni quiero nada. Os tengo a vosotras. Pero sé que querréis regalarme algo o hacer algo para mí, así que tomad mi diario y escribidme algo.  Lo guardaré siempre. Es algo que me hará sentirme orgullosa, algo que en el futuro podréis mirar y quizá os hará reír, porque ahora sois solo unas niñas».

 

La mañana del Día de la Madre, me levanté y encontré esto en mi diario:

 «Mamá, eres muy valiente, este año está siendo muy difícil y complicado para ti, pero lo estás aguantando bien porque eres una luchadora. Siempre estaré contigo, en tu corazón. Nora».

«Mamá, estás siendo increíble en este año tan difícil. Eres una guerrera. Te quiero. Puedes contar conmigo, incluso cuando no esté aquí. Siempre estarás en mi corazón y espero que yo también en el tuyo. Te quiero. Maya».

Al mirar estas palabras, leyendo entre líneas, se ven claras señales de amor, se nota que me habían observado y se habían dado cuenta de la increíble lucha que estaba librando. Me encanta que estén orgullosas de mí. Pero también están preocupadas. Mis hijas hablan de mi amor y de que quieren estar en mi corazón. Por supuesto, yo quería ser la madre perfecta, pero el cáncer de mama hizo que tuviera que centrar el 90 % de mi atención en mí… En curarme. Y la verdad es que eso me exigía más que un trabajo a jornada completa.  Les prestaba menos atención a mis hijas, aunque todos los días hacía lo imposible por actuar como siempre lo había hecho en el pasado.

Este es uno de los muchos motivos por los que daría marcha atrás en el tiempo, para evitar que mis hijas vivieran este periodo. Sé que entendieron en un par de meses lo que otros niños necesitan toda su vida para entender. Entendieron lo que eran la fuerza, la confianza, el amor y las cosas importantes de la vida. Entendieron y aceptaron dejar todo a un lado por mí ese año, solo para ayudarme y darme su apoyo.

Desde aquel momento, el Día de la Madre se convirtió en el día en que quiero demostrarles lo mucho que las quiero, lo importantes que son para mí, lo mucho que las admiro y lo mucho que admiro su fuerza.

Desde 2015 he estado enseñándoles a adquirir conciencia de sí mismas, a tener autoestima, a escuchar y a cuidar sus cuerpos. Quiero que siempre vayan un paso por delante, que nunca tengan que vivir mi historia.

Recuerdo que ese año me pasé el día tranquilizando a todos, diciéndoles que estaba bien, y que me sentía muy feliz y muy agradecida.  Repitiendo sin parar que era muy afortunada. Todo podría haber sido peor y muy distinto. Pero al final… Como puedes leer, estamos aquí, todos juntos.

También quiero hablar sobre lo difícil que me resultaba llamar a mi madre ese año. Una madre es feliz cuando sus hijos son felices. Así que, cuando la llamaba, lo único que ella quería era verme curada. También quería escuchar que estaba bien, que me sentía bien. Preguntar cómo estaban mis hijas ese día.  Por eso aquel Día de la Madre fue estupendo.

¡Brindemos con champán, celebremos la vida, el amor, a nuestras preciosas hijas y a nuestras madres! Hagamos la promesa de no saltarnos nunca una prueba.

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